ENRIQUE DUNAYEVICH

Historia Judía no tradicional

LOS SEFARADÍS: entre Visigodos, Moros y Medianoche

                                                                                          

                                                                                        Por Enrique J. Dunayevich

                                                                       Buenos Aires 10 de febrero de 2016

 

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Sinagoga Mayor de Córdoba

El artículo que publicamos aquí, ha sido extraído del libro “Del Antijudaísmo al Antisemitismo en el I y II Milenio EC” publicado por la Editorial CATÁLOGOS. Aunque conocido, el período de España, con las contradictorias situaciones sucesivas por las que los judíos atravesaron ha sido tratado, con un rigor  gracias al cual las aparentes incoherencias de los hechos encajan  en el drama milenario que los sefaradís vivieron. Constituyen un apasionante relato que merecía ser publicado.

 

 

PRIMERA PARTE

 

Los judíos en la Península Ibérica

¿Cuándo nació y cómo se desarrolló esa prolífica rama del judaísmo, la sefaradí?

Comenzaremos por la llegada de los judíos a la Península. Dejemos de lado la poca verosimilitud por falta de documentos históricos de que los judíos hubieran llegado a las tierras ibéricas con la flota salomónica. Lo que es posible es que su llegada haya sido producto de su participación en las expediciones fenicias o griegas.

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Las invasions germánicas

 

De todos modos cabe preguntarse si ese reducido grupo de judíos hubiera podido conservar su identidad en el ajetreo de los numerosos pueblos que ocuparon o atravesaron la península en esa época, desde los celtíberos pasando por los romanos y posteriormente los vándalos, alanos, suevos, terminando por los visigodos. En cuanto a la existencia de toponímicos de aparente origen hebreo, “cantábrico”, huerto de los hebreos (gan, huerto, ibrit, hebreo), puede ser un derivado del sufijo de origen celta (can, roca) “pueblo que habita en las peñas”, o de algún término fenicio o cartaginés. De todos modos algunos de esos nombres pueden corresponder a épocas posteriores, época helenística o en el período romano en la bisagra de la Era Común  en el que existen objetos de posible origen judío (el más antiguo un ánfora del siglo IEC(Museo de Ibiza con signos considerados como hebraicos). Lo que es más probable es que los primeros judíos hayan llegado a la península ibérica durante el últimos siglos a EC formando parte de los emprendimientos cartagineses sucesivos A partir de esos asentamientos en las regiones costeras del Mediterráneo desarrollando emprendimientos comerciales se habrían ido desplazando hacia el interior fundamentalmente a lo largo de los grandes ríos  como el Guadalquivir con Córdoba (Qart-juba, “ciudad de Juba, general númida cartaginés), del Ebro (Tortosa y Zaragoza).

Independientemente de la leyenda sobre la estadía de Pablo y de Santiago, el cristianismo habría tenido sus inicios a mediados del siglo II. En ese período inicial, los judíos no conformaban un número importante. En el Concilio de Elbira (303-309) el primero de la Iglesia Hispánica, con sus cánones antijudíos muestra que el prestigio judío comenzaba a representar una fuente de preocupación de la Iglesia; los judíos significaban un estorbo para la expansión del cristianismo; el riesgo de la “contaminación”, el peligro del proselitismo. Las disposiciones del Concilio no traducían todavía el espíritu de fanatismo de siglos posteriores; eran el germen del antijudaísmo que con intermitencias apareció en los períodos posteriores y eclosionará a partir de fines del milenio con la armadura teológica y económica como Antisemitismo Cristiano.

 

Bajo los visigodos arrianos

La llegada de los visigodos arrianos significó un cambio en la situación de los judíos. Su credo arriano discordaba la relación con la mayoría pagano-católica. La reducida comunidad judía con su participación en actividades rurales, artesanales, administrativas y comerciales, que desde el helenismo se había potenciado, iba a cumplir la función complementaria que los visigodos requerían. “Los judíos peninsulares constituían minorías influyentes de destacable importancia” (García Iglesia). Durante los 120 años (470-589) de dominación arriana los judíos pudieron vivir ejerciendo sus actividades sin sobresaltos; frente a la antinomia arriana-católica, las creencias antitrinitarias comunes facilitaron probablemente el acercamiento visigodo-judío.

 

La conversión de Recaredo

Una de las preocupaciones de los reyes visigodos había sido la de lograr la unidad del reino. Con la victoria de Leovigildo (573-586) sobre el reino suevo (actualmente Portugal) y la de Suintilia (621-631) expulsando a los bizantinos de sus enclaves sobre la costa levantina (Provincia Spaniae) habían logrado la unidad político-territorial. Había un aspecto relativo a la gobernabilidad y unidad del reino  todavía sin resolver: la mayoría hispano-romana de la población seguía siendo católica; en 589 durante Recaredo los visigodos  se convertían al catolicismo. Se inició un período de más de un siglo, hasta la invasión musulmana en 711 durante el cual los sucesivos reyes visigodos católicos con el apuntalamiento de la Iglesia, reiteraron actitudes y disposiciones  oscilantes de contenido antijudío, con el propósito de quitarles  las bases de sustentación y posibilidades de desarrollo. Al despojarlos de su importancia y peso pensaban que el prestigio y atracción  que los judíos ejercían, caería. La “contaminación” judaica dejaría de ser un peligro; se podría lograr su conversión y/o hasta su desaparición. Se consumaría así la unificación del reino ahora también en el ámbito religioso.

¿Cuál fue el contexto general en el que esa situación se dio y las implicancias  de esa política? ¿En qué medida los judíos en la península desempeñaban un rol tal que su eliminación podría realizarse sin problemas? En una visión generalizadora de la época Luis García Iglesias nos da la respuesta: “aunque los judíos que se dedicaban al comercio eran numerosos, no todos lo hacían,  no eran estas sus ocupaciones exclusivas, ni de su exclusividad; negar que hubiera judíos de alto nivel económico sería  cerrar los ojos a lo evidente, como también  afirmar que no abundaban los judíos pobres y los medianamente situados. El panorama al que García Iglesias  está haciendo referencia tuvo vigencia también siglos más tarde;  corresponde a la teoría del Pueblo Clase de Abrahán  León que evidentemente L. García Iglesias no conoció. Por otra parte en ese período además de su participación en  actividades comerciales y administrativas, los judíos todavía no habían comenzado a ser marginados o reducidos en sus actividades rurales y podían tener extensiones que explotaban con cristianos bajo su dependencia.

El hecho es que los judíos, tenían un rol social y económico funcional a las necesidades de la sociedad, a su funcionamiento. Cuando los reyes de visigodos católicos pusieron en marcha la política antijudía, esta situación dio lugar a sucesivos y reiterados fracasos. Las dificultades de ponerla en práctica, significó que los reyes visigodos tuvieran una política pendular; el cumplimiento de las disposiciones no era efectivo, quedaban en el olvido hasta la llegada de  nuevas autoridades y de nuevas disposiciones. Cuando los judíos eran expulsados, no se iban o se iban y luego volvían autorizados o no. Blumenkranz señala que la reiteración de las restricciones constituía una prueba de las dificultades para su aplicación efectiva: “los funcionarios católicos ‘miraban para otro lado’, tenían una actitud ‘tolerante’, eran conscientes de la situación y hasta es probable que en ese contexto propusieran o recibieran prebendas. Su funcionalidad comenzará a declinar  con el advenimiento y desarrollo de las economías de intercambio (siglo X al siglo XV)  El hecho es que los visigodos niceanos con sus discriminaciones y persecuciones se anticiparon en más de cuatro siglos y llevaron a España a la ruina abriendo las puertas a la invasión musulmana en 711.

 

La invasión musulmana y el Califato de Córdoba

Podríamos graficar el período que siguió con una geometría de trazos quebrados que representarían situaciones de armonía seguidas de otras de violencia, discriminaciones y persecuciones. Una alternancia que de los visigodos arrianos de la convivencia y de estos a los visigodos católicos de la intolerancia, los judíos pasaron al dominio de los musulmanes de la coexistencia, al fanatismo de los almorávides y sobre todo al de los almohades, para luego de la relativa armonía y creatividad de la Reconquista Media de Alfonso el Sabio a la Medianoche del Oscurantismo, con las conversiones forzosas de fin del siglo XIV, la Inquisición y la expulsión de 1492.

Favorecidos por los conflictos sucesorios visigodos de Égica-Witiza, en 711 lo musulmanes con el berbere al-Tarik a la cabeza, cruzaron el Estrecho (Las Columnas de Hércules). Los sarracenos hicieron pie en el Peñón que de entonces en más se llamó Djebel al-Tarik (Montaña de Gibraltar). El término sarraceno con el que los hispanos designaban a los musulmanes derivaría en cambio del latín sarracēni, y a su vez del arameo rabínico sräq “desierto” o, según otros, del griego-sanscrito derivado a su vez del árabe sharqiyyin, “orientales”.

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CARLOMAGNO

Los musulmanes tuvieron un avance fulminante. En pocos años dominaban prácticamente la península; quedaba fuera de su dominio un bolsón en la región montañosa del Norte (Asturias). En 722 Pelayo, un oficial visigodo, los derrotaba en Covadonga; fue el comienzo de la Reconquista. Ese traspié no impidió que los musulmanes siguieran su avance cruzando los Pirineos y continuaran adelante en territorio galo. En 732 eran derrotados en Poitiers por las fuerzas francas de Carlos Martel, abuelo de Carlomagno futuro Emperador Romano de Occidente. Esa derrota frenó su avance en Europa Occidental.

Cuando los moros entraron en Toledo abandonada por los visigodos, los judíos, discriminados y perseguidos desde la conversión de Recaredo los recibieron con los brazos abiertos. A medida que los moros tomaban nuevas ciudades dejaban a los judíos en custodia y seguían adelante con la invasión.

Los invasores conformaban un ejército de un par de miles de hombres rudos, ignorantes, fundamentalmente de origen nómada con los que además de guerrear y saquear poco más se podía esperar; la mayor parte recién llegados al islamismo, difícilmente gobernables, proclives a amotinamientos y desobediencias. Para gobernar se debía resolver cuestiones de producción, administrativas, de seguridad y de control de territorio. Para las dos primeras, que incluían la gestión de las contribuciones, impuestos territoriales, diezmos, arrendamientos, peajes, se requería personas capacitadas y de confianza. Era necesario además no desarticular la estructura económica manteniendo las actividades productivas y comerciales base de los recursos tributarios. Los musulmanes tenían la institución que cubría esos requisitos: la dhimma. Con esa herramienta los no creyentes estaban autorizados a continuar con su religión, ritos y costumbres, en tanto pago mediante de una tasa especial y los compromisos tributarios, se  seguían ocupando de sus actividades productivas y comerciales Los judíos, con varios siglos en la península pudieron seguir con sus actividades y cubrir los requerimientos del invasor. La cadena del Pueblo Clase, no se interrumpía, por el contrario, si durante el período anterior sus actividades habían sido restringidas y su número  había disminuido, esas disposiciones favorecieron una ola de inmigraciones provenientes fundamentalmente del Magreb, con el incremento de sus participación en el encuadre de la Teoría.

En 755 la ocupación musulmana se fortaleció con la llegada de los sobrevivientes omeyas que desplazados de Bagdad por los abasidas, fundaron el Emirato Independiente de Córdoba (Qurtuba). Comenzó un período de apogeo de prácticamente tres siglos con una gran eclosión económico-cultural. En 929 Abd al Rahman III (Abderramán) fundó el Califato de Córdoba. Alrededor de Córdoba se desarrolló un gran centro económico cultural, la Mezquita, impresionante obra de arquitectura árabe, una biblioteca con cuatrocientos mil ejemplares, la ciudad palatina de Medina Azara. Una política igualmente exitosa en el exterior con el control de las rutas en el Norte de África e intercambio de embajadores con Bizancio y con el Sacro Imperio Romano Germánico.

La población judía fue en aumento. Granada y Tarragona llegaron a ser calificadas como 9Sef 13 Sevilla santa-maria-blanca--644x362ciudades judías. Similarmente Sevilla, Jaén y Almería. Lucena, llegó a ser llamada “la Perla de Sepharad”; el negocio de los esclavos provenientes del este europeo, llegó a ser casi de su monopolio; lo mismo que la fabricación de eunucos. En el Centro, Toledo fue el principal centro judío, en el Norte, Barcelona capital de los condados catalanes y Zaragoza sobre el Ebro.

La institución de la dhimma fue la vía intermedia de participación de los judíos a los niveles cercanos al poder. Uno de ellos Hasdai ibn Isaac ibn Shaprut, hombre de confianza de Abderramán, cuya correspondencia con el kahan de los kházaros fue el inicio del conocimiento de su polémica existencia. Otro de los personajes judíos de la época, Abu ben Yosef Halevi ibn Nagrel (Semuel Ha-Naguid) de una rica familia de Córdoba, hombre de confianza y ministro omnipotente de los reyes taifas de Granada. Otro personaje, Hasdai Abu Fadi, aficionado a la filosofía ministro del rey taifa al-Muktadir de Zaragoza.

El clima de convivencia de la época fue sorprendente: Maimónides en el Reponsums refiere

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Maimonides

la existencia de una mina de plata propiedad común de judíos y musulmanes en la que los ingresos de los viernes correspondían a judíos y los de los sábados a los musulmanes.

 

El califato mantuvo su esplendor y prestigio durante las cuatro décadas que siguieron a la muerte en 761 de Abderramán. Durante ese período Al Mansur (Almansor) Mayordomo de Palacio emprendió una sucesión de campañas contra los cristianos sin conocer derrotas. A su muerte en 1002 se abrió una lucha por la sucesión del trono que terminó con la fragmentación del califato en pequeños reinos independientes, los llamados Primeros Reinos Taifas. Muchos de ellos, como los de Granada, Zaragoza y Sevilla con reyes incapaces de manejar los asuntos del estado requirieron la participación judía¸ una participación que en muchos casos no se limitó  al ámbito administrativo, en cuanto cubrió amplios campos del saber, como la astronomía, las matemáticas y también y en particular la valorada medicina teórica y práctica.

 

La Reconquista Temprana

Durante la Reconquista Temprana los reinos cristianos habían continuado con el fundamentalismo católico visigodo; fue el terreno donde comenzó a fertilizar la ideología del “pueblo deicida”, la base teológica del Antisemitismo Cristiano  Fue un escenario preparatorio del espíritu de las Cruzadas y la Reforma Gregoriana.

Con la fragmentación taifa, la Reconquista después de más de tres siglos de la invasión musulmana se había fortalecido en los reinos del Norte (Asturias, Navarra, León)¸en 1085 bajo el reinado de  Alfonso VI de León y Castilla tomó Toledo. Los cristianos seguían avanzando. Ante el peligro de subsistencia, los andalusíes requirieron el apoyo de los almorávides, reino berebere islamizado del Norte de África. Respondiendo al llamado los almorávides cruzaron el  estrecho y vencieron a Alfonzo VI en Zalaca (Badajoz). En pocos años se convirtieron en dueños de los territorios taifas. Con una interpretación rigurosa de la religión se encontraron con un país próspero y desarrollado donde los preceptos del islam no regían con demasiada firmeza, era “demasiado” tolerante con judíos y cristianos. Comenzaron las discriminaciones antijudías Pero los rudos guerreros del desierto, no pudieron resistir a la molicie de las costumbres y a los  placeres de la vida de la península. No pudieron llevar adelante la expulsión de los judíos, les hubiera significado un desajuste demasiado grande en el funcionamiento social. Las discriminaciones antijudías fueron suficientes como para inducir a sectores judíos a buscar nuevos horizonte. El dominio almorávide pudo mantenerse algo más de medio siglos; incapaces de recuperar Toledo, de detener el avance cristiano, sin el apoyo de los propios moros residentes, fueron desplazadas por los almohades nuevas tribus musulmanas surgidas en el África del Norte que en 1145 desembarcaron en la península.

Los almohades con una raíz shiíta venían con las mismas ideas de los almorávides, detener el avance de los cristianos y revigorizar la pureza islámica. Aunque en poco más de treinta años  lograron afianzar su dominio en la mitad sur de la Península, no lograron la reunificación política en cuanto reformularon reinos taifas (los llamados Segundos Reinos). Siguieron  sus enfrentamientos con los cristianos que consolidados los vencían en 1212 en   la batalla de Navas de Tolosa en la provincia de Jaén. El cerco sobre los musulmanes se cerraba cada vez más. Fue el comienzo del  fin de la dominación almohade.  La España musulmana  subsistió todavía más de dos siglos y medios  para quedar acantonada en el pequeño reino taifa nazari de Granada que terminó por desaparecer en enero de 1492.

En cuanto al retorno al rigorismo musulmán su concreción fue relativa. El hostigamiento y persecución de los judíos significó un verdadero nuevo éxodo. Los judíos buscaron como salida los reinos cristianos del Norte que atravesaban por una nueva situación. El poder señorial había centrado su accionar en las actividades militares y guerreras incorporando a las mismas a la población campesina masculina. Con la expansión y los problemas económicos y administrativos que la guerra provocaba, la falta de recursos humanos había determinado la necesidad de una política inmigratoria. La dinámica de la expansión no daba espacio para el fanatismo antijudío, la conveniencia primaba sobre la intolerancia.

  

SEGUNDA PARTE

 En la Reconquista Media

Con la llegada de los almohades en 1.086, los judíos habían comenzado  a emigrar a los reinos cristianos; con el desembarco de los almohades en 1145, la inmigración judía se acentuó. Fue el  comienzo del período de la Reconquista Media.

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La Reconquista Media

El desarrollo mercantil todavía no había llegado a la península y la burguesía cristiana estaba lejos de cumplir el rol que en esa época desempeñaba en otros países europeos: su incorporación al comercio y el desplazamiento de los judíos hacia la actividad financiera. Esa situación que no fue ajena al inicio del antisemitismo en la península va a darse recién dos siglos más tarde.

 

Con la incorporación de importantes sectores de las comunidades judías los reyes cristianos iban a poder poner en marcha las economías regionales. Con tantos años (aproximadamente mil años) de convivencia e interrelación social con los ibero-romanos, visigodos arrianos y católicos, hablaban y escribían sus idiomas y estaban familiarizados con sus costumbres; la habitualidad en los manejos comerciales los  posicionaba en los más diversos cargos, en particular como eficaces administradores y como recaudadores de impuestos. Cuando en 1085 Alfonso VI de Castilla y León ocupó Toledo les confió importantes responsabilidades en la administración. El capital judío sirvió para financiar los emprendimientos de la corona; así fue  el caso de la conquista de Mallorca en 1230 por Jaime I de Aragón, el Conquistador y la de Valencia en 1238. José ibn Salomón ibn Shoshan financió a Alfonso VII de Castilla en la victoria de Navas de Tolosa. Yehuda ben Levi de la Caballería (luego familia de conversos) fue recaudador de Zaragoza y recaudador de las rentas de Pedro III el Grande de Aragón En el reino de Aragón los hermanos judíos Ravaya fueron proveedores de armas y aprovisionadores de navíos y Samuel ibn Manaseh, financiero de los negocios del rey con los moros.

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Alfonso X, el Sabio

El tema de la usura, que tanta repercusión tuvo en otros países, no parece haber tenido particular resonancia en la España de ese período, ni aún en el de las expulsiones: en las Provisiones es mencionado sólo en la Tercera, la de Fernando II. Aunque el préstamo era en general denostado, los soberanos solían intervenir en defensa de los judíos devenidos sus protegidos.

Podían vivir de acuerdo a sus costumbres y tradiciones sin mayores discriminaciones. Integrados también culturalmente se podría pensar que su existencia transcurría en una sociedad de armonía y convivencia. Se podría suponer que era una España en la que era válida la denominación de “España de las Tres Religiones”, una designación firmemente sostenida por Américo Castro, ilustre pensador republicano del siglo transcurrido. A nuestro entender esa designación sólo se puede aplicar y aun parcialmente al período de la Reconquista Media y tanto menos en el de la Reconquista Tardía.

9Sef 4-toledo-santa-maria-blanca-012-450x300En la Reconquista Media se registró sin lugar a dudas una cierta convivencia. En el período de aproximadamente un siglo y medio que incluyo el reinado de Alfonso X, el Sabio, de Castilla (1252-1285) equivalente al de los Abd al Rahman, además de las actividades señaladas, los judíos desempeñaron un papel de primer orden como traductores de textos griegos, muchos de ellos clásicos,  del árabe a las lenguas romances, en particular al castellano. Fue

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Sinagoga del Tránsito Toledo

una época en la que Toledo, la capital del Reino de Castilla y León descollaba con el esplendor de sus diez sinagogas, en particular la Sinagoga Mayor (hoy “Santa María la Blanca”), la Sinagoga el Tránsito (hoy Museo y Casa del Greco), el Palacio de Samuel  ha Levi y la Escuela de Traductores, que recogió el caudal  científico y filosófico de la Biblioteca de Córdoba y abrió las puerta de la antigüedad clásica al Mundo Occidental.

 

Una convivencia que no fue ni general ni permanente. en la que si bien es cierto que el Arzobispo de Toledo, dictaminó la igualdad de judíos y cristianos, disposición adoptada también en Zaragoza; que en el fuero de León, para la e9Sef 5 Casa ha Levi pm01valuación del precio de una propiedad se tomaban dos tasadores cristianos y dos judíos; que en los fueros de Cuenca, de Sepúlveda, en cuestiones judiciales llegó a no haber diferencias entre judíos y cristianos, hubo discriminaciones como en Castilla donde los judíos no pagaban los mismos impuestos que los cristianos y también cuando Alfonso VI, de Castilla y León promulgó una serie de disposiciones que restringían la igualdad de derechos de los judíos ante tribunales y Alfonso VII canceló las indemnizaciones devengadas por el asesinato de judíos. En cuanto a las famosas Siete Partidas de Alfonso X en el título 24 de la Séptima, las 11 leyes referentes a los judíos son particularmente  significativas por  su contenido discriminatorio.

El hecho es que en realidad la convivencia es  una manera de expresar el reconocimiento por la valiosa participación de las comunidades judías en el ámbito administrativo, económico y cultural en una sociedad donde  primaba la absoluta primacía católica. En nuestra opinión hablar de ‘Las Tres Religiones’ hace suponer que las tres creencias habrían tenido las mismas posibilidades en el sentido de una igualdad de oportunidades. De lo que sí se puede hablar es de una España medieval en la que en el período de siete siglos y medio (589-1331) que incluye a los visigodos conversos, a los fanáticos almohades, los judíos vivieron alternativamente  en espacios geográficos y temporales bajo dos religiones participando y colaborando con valiosos aportes en los que salvo cuando reinó el fanatismo, la convivencia fue posible y “se les permitió vivir y  practicar su religión  porque en la vida social y económica no se podía prescindir de ellos» (J.Perez).

Podríamos hablar, si de un período de “Tres Culturas” en el que las tres comunidades, la española, la árabe y la judía, imbricadas convivieron y se desarrollaron. Una sociedad en la junto con los judíos sefaradíes (con su ladino, sus comidas y  costumbres) proliferaban los mudéjares, mozárabes, muladíes y moriscos; un período en el que el español incorporó una impresionante cantidad de palabras árabes que le  dieron una impronta para nada insustancial.

Cómo estaban conformadas las comunidades judías en España en los siglos XIII y XIV? Se estima que con una población de doscientos ochenta mil individuos eran las más numerosas de Europa con una importante concentración urbana. Con sus aljamas conformaban entidades político-religiosas con sus magistrados que regulaban las cuestiones internas, jurídicas y religiosas similares a las kehilot de Europa Oriental. De neto corte plutocrático, los cargos superiores eran hereditarios, los ejercían los integrantes de las familias más ricas, entre otros los de pecheros que negociaban con las autoridades el pecho, el impuesto comunitario que los pecheros regulaban internamente con los  integrantes de la comunidad.

Con el afianzamiento de los reinos cristianos las comunidades judías devinieron en general un sector relativamente próspero. Se concentraban fundamentalmente en los barrios céntricos (en hebreo los kahal, del que derivaría el vocablo castellanocalle”); en Barcelona, cerca de la catedral, en Burgos en torno al castillo, en Toledo, no lejos del centro. Independientemente de estos sectores los judíos en la vida cotidiana no se diferenciaban sustancialmente  de los gentiles, ni por sus formas de vida, ni por sus vestimentas ni por señales distintivas.

 

En el oscurantismo de la Reconquista Tardía

A fines del siglo XIII las relaciones de convivencia comenzaron a cambiar. A medida que los pequeños estados musulmanes se debilitaban y los reinos cristianos se afianzaban la economía de mercado desarrollada en Europa comenzó a atravesar los Pirineos, los cristianos comenzaron a formar parte de la administración, a introducirse en la actividad comercial, desplazando a los judíos. Fue el nacimiento del Antisemitismo Cristiano. Se vislumbró la posibilidad de poder prescindir de los judíos.

Fueron numerosas las  situaciones, actitudes y disposiciones  que acusaban que el espíritu de convivencia empezaba a ser abandonado. El Concilio de Letrán IV (1212) había declarado la preocupación por el “grave peligro” que representaba la convivencia entre cristianos y judíos. En 1312 el Sínodo de Zamora acordó exigir al monarca la aplicación de las disposiciones papales de poner en marcha la separación material entre judíos y cristianos (una anticipación del establecimiento de los guettos). Entre otras numerosas disposiciones, se prohibió  la entrada de  los judíos en las iglesias y a los cristianos de asistir a las bodas entierros y festividades judías, de acudir a médicos y boticarios judíos. Fue la época del nacimiento de las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicanos) de posterior participación en la Inquisición.

A la situación anterior se agregó una secuela de catástrofes: malas cosechas, carestía y la incontrolada Peste Negra que con el  consiguiente incremento del hambre y la miseria dio paso a conflictos sociales y políticos de los campesinos, de los abusos de la aristocracia en procura de aumentar sus prerrogativas mientras la monarquía trataba de acrecentar la renta para hacer frente a sus obligaciones políticas. Un conjunto de situaciones que se tradujeron en una inestabilidad que desencadenó la dramática crisis de la Expulsión final.

Pedro I el Cruel, de Castilla (1350-1369), uno de los hijos de Alfonso XI, con grandes necesidades de dinero buscó incrementar los ingresos de la corona con una importante reforma fiscal; Samuel ha-Levi, financista toledano fue designado tesorero. Se incorporaron recaudadores y arrendatarios de impuestos, muchos de ellos judíos, lo que incrementó la visión popular de la complicidad judía con la explotación. Fue el comienzo de más de medio siglo de inestabilidad política, de levantamientos por el derrocamiento del rey, de asesinatos dinásticos conjuntamente con agitaciones antijudías. Los enfrentamientos terminaron con el triunfo del Conde de Trastámara hijo bastardo de Alfonso XI que con el nombre de Enrique II, inauguró una nueva dinastía.

La semilla del odio había quedado sembrada; los judíos partidarios del rey depuesto, con el estigma de “pueblo deicida”, eran ‘responsables’ de todas las desgracias. En las últimas décadas del siglo XIV se desencadenó una campaña antisemita encabezada por el arcediano Ferrand Marínez con la consigna de “bautismo o muerte”; sus desenfrenadas oratorias llegaron a generar la preocupación del propio rey Juan I (hijo de Enrique II)  y del arzobispo de Sevilla al punto de desautorizarlo. Las palabras del rey reflejan el siguiente cuadro de situación: “aunque sean malos y perversos no maltratéis a los judíos. Si buen cristiano queredes ser, que lo seades en vuestra casa, mas no andades corriendo con nuestros judíos de esta guisa”. Poco después, en 1390 ambos, el rey y el arzobispo, morían. Sin oposición, Enrique III, el heredero, tenía once años, Sin controles, Ferrand Martínez podía seguir con sus empeños.

Enero de 1391 fue el comienzo del período fatídico con Sevilla como centro. Una campaña conversioncita con quema de sinagogas o convertidas en iglesias y centenares de judíos muertos. La violencia se extendió a toda Andalucía, luego a Castilla y finalmente a toda España. Los intentos por parte de las autoridades de sofocar la revuelta fueron infructuosos. Entre los agitadores apareció otro virulento personaje Vicente Ferrer. Posteriormente incorporado en el santoral de la Iglesia, ligado al futuro Papa Benedicto XIII o Papa Luna, papa cismático de Avignon y también al infante Fernando de Antequera, futuro Fernando I el Católico de Aragón. Vicente Ferrer con amenazas e incitaciones a las masacres complementó la campaña de conversiones ‘espontáneas’. Era una oportunidad para que el pueblo judío “pertinaz en sus errores” pudiera eludir “libremente” la muerte. En esos términos Amador de los Ríos, denodado defensor de la “continuidad espiritual de la cristiandad hispánica” se refiere  a esa “invalorable” campaña.

Esas continuas e intensas campañas antijudías y conversiones masivas tuvieron lugar en el período 1391-1414. De los doscientos ochenta mil judíos (el 7% de la población) de España, alrededor de ochenta mil se convirtieron, los que no, o fueron masacrados, o resistieron al bautismo o emigraron. Estos últimos junto con los expulsados en 1492 constituyeron la Diáspora Sefaradí, una de las dos grandes diásporas del II Milenio.

Se había creado una nueva categoría social, la de los conversos o “cristianos nuevos” y con ello un nuevo problema. ¿Quiénes eran y cuál era su situación en el concierto social?

Constituían una nueva e importante minoría conformada mayormente por los sectores altos y medios judíos, concentrados fundamentalmente en los núcleos urbanos, lo que aumentaba la idea de su cuantía. En su mayoría estaban lejos de una verdadera cristianización. Sin ningún adoctrinamiento, no eran los sermones que se les había obligado a escuchar los que podían haber contribuido a que se identificaran con el credo cristiano. La integración efectiva fue un proceso de varios siglos que recién comenzó a partir del siglo siguiente.

Viviendo en una comunidad marcadamente endogámica el clima social iba a acentuar su aislamiento. Rechazados como renegados por sus antiguos correligionarios, lo “cristianos viejos” evitaban también su contacto. Pudo haber quienes ce convirtieron por convicción pero la mayoría lo hizo por conveniencia. Un caso  famoso el de Salomón ha-Levi, adinerado rabi mayor de Burgos (lo hemos mencionado) que se decía pertenecer a la tribu de Levi, que pretendía haber abrazado la nueva fe luego de lecturas como las de Maimónides. Su rápido ascenso lo llevó al Obispado de Burgos con el nombre de Pablo de Santa María. Pareciera que más bien perteneció a la categoría de conversos por conveniencia.

En esta categoría no es difícil entender que primó el miedo a perder la vida (las matanzas estaban a la orden del día), a perder los medios de subsistencia (la prohibición de ejercer sus actividades y cargos administrativos). No era una circunstancia menor que la conversión los relevara de los problemas que el judaísmo implicaba (discriminaciones, desprecios), le facilitaba la vida, les permitía desenvolverse sin trabas sociales y el acceso a los bienes materiales. Constituían la gran mayoría.

Si un porcentaje importante pertenecía a las clases altas y medias, a los sectores artesanales, a las clases medias y bajas, la conversión no les aportaba mayores beneficios, habrían sido los menos propensos a la apostasía. Es ese sector el que aparece en las largas listas de los que posteriormente fueron expulsados; listas que han sido tomadas como argumento para argüir, una vez más, sobre la invalidez de la teoría de Abrahán León.

Hubo entre los conversos los que lo hicieron a pesar de sentirse ligados a la religión judía, para quienes el agua bendita, los ritos les seguía siendo extraños e insuficientes para abandonar sus creencias y/o costumbres. En la inseguridad, en el sufrimiento o en la angustia siguieron sintiéndose judíos. Estaban también los que aunque no creyentes,  se sentían judíos por origen, ligados al judaísmo por lazos afectivos. Y también los que conversos con convicción, mantenían esa ligazón a través de sus costumbres y hábitos.  Tanto unos como otros fueron la base  de la existencia de los “marranos”, de los “criptojudíos”.

 

TERCERA PARTE

La incongruencia de las conversiones

Las comunidades judías habían quedado seriamente afectadas numérica, física y moralmente. Muchas aljama habían desparecido y las que no, quedaban con la sensación de desamparo. Pero si los judíos habían pasado a ser un sector aún más minoritario y a pesar de dejar de ocupar el lugar que hasta entonces ocupaban, pasaron a ser protagonistas indirectos del proceso que pronto se desencadenaría.

Como hemos señalado, entre los conversos había una parte de alto nivel económico o que ocupaba cargos administrativos de alto nivel. Si antes de las conversiones los judíos de altor recursos no eran particularmente numerosos en relación con el conjunto de los judíos, en la nueva situación el peso relativo del sector de los conversos ricos de modificó con relación al conjunto de los conversos. Esos sectores que  ahora podían acercarse al poder sin resquemores adquirieron una asombrosa resonancia. Ocuparon un lugar social que los judíos antes no tenían pero que se les atribuía. El rechazo que anteriormente se orientaba hacia los judíos  se transfirió hacia los conversos. Los conversos, “los cristianos nuevos”, eran ahora “los nuevos judíos”, con todo lo que ello había implicado: desprecio, rencor, envidia, odio. Ese era el panorama que siguió a las conversiones masivas entre 1391-1414.

En 1449 bajo el reinado de Juan II,  hijo y sucesor de Enrique III  con el asesoramiento de Álvaro Luna (sobrino y homónimo del Papa Luna) y de Abraham Benaviste rabí de la corte, con el propósito de reforzar el tesoro fiscal decidió imponer a la ciudad de Toledo  una contribución extraordinaria. La medida provocó un levantamiento general, una verdadera rebelión. Los judíos, tanto los no conversos como los conversos apoyaban el poder estatal, el único garante de su seguridad. La nobleza era decididamente antijudía. Pedro Sarmiento alcalde mayor de Toledo, a la cabeza del movimiento se apoderó de los bienes de los cristianos nuevos y proclamó lo que llamó la Sentencia o Estatutos de Limpieza de Sangre. Fue el primero de los documentos de ese tipo que con ese nombre se establecieron en España. Según P. Sarmiento no había diferencia entre los judíos y los conversos, ex judíos y aún sus  descendientes: el bautismo no cubría la herejía que los judíos llevaban en su sangre. La cuestión era que los conversos ocupaban una posición social y ante la corte, que los fanáticos y la burguesía naciente no podían aceptar. La Iglesia que con la Inquisición, empezó a funcionar en Francia en 1184 en la lucha contra los cátaros, no tenía hasta entonces instrumentos que pudieran ser utilizados contra los conversos en tanto cristianos. No había desarrollado todavía su metodología perversa para castigarlos.  El Estatuto de Limpieza de Sangre era el documento que parecía dar una respuesta a esa circunstancia. En 1486 la Orden de San Jerónimo y posteriormente otras instituciones de la Iglesia lo retomaron. La Iglesia había puesto en marcha una ideología racista anticipándose en cuatro siglos al racismo “ario” del siglo XIX y al racismo nazi del siglo XX, abriendo el camino al largo proceso por “la cristiana espiritualidad española”.

La idea de la limpieza de sangre contó con la aprobación de Carlos I (Carlos V) y Felipe II y fue confirmada en el siglo XVI por el papa Pablo IV. Colaborando en el incremento del odio a los judíos no va a ser lo único instrumento que intervendrá en las persecuciones y expulsiones que se estaban poniendo en marcha.

El conflicto entre la nobleza y el rey siguió adelante con Enrique IV, hijo de Juan II. A la agitación contra los conversos por parte de la nobleza se agregaron intrigas cortesanas por cuestiones sucesorias. En 1475, dos días después de la muerte de Enrique IV, el Impotente, su media hermana Isabel era proclamada Reina de Castilla. Se generó un conflicto por la sucesión entre Isabel  y la hija de Enrique IV, Juana, la Beltraneja  (se decía que era hija del  Marqués  Beltrán de la Cueva). Fue la llamada Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) que terminó con el triunfo de Isabel  (devenida Reina Isabel I, la Católica de Castilla). En ese enfrentamiento Isabel contó con el apoyo de Andrés de Cabrera, un converso y con el de Abraham Señoer rabino mayor poderoso recaudador de rentas (más tarde también converso). No fueron los únicos judíos y conversos que la apoyaron. No pasaría mucho tiempo para que Isabel se olvidara de esos apoyos.

En 1475 con el avance de la Reconquista (restaba el reducto moro de Granada que sobrevivió hasta 1492) la unidad de España quedó consagrada. El Acuerdo de Segovia, aseguraba la coparticipación de Fernando II, el Católico de Aragón, del trono de Castilla.. La corona se había fortalecido al conseguir doblegar las facciones de la nobleza, las permanentes intrigas, y guerras civiles. Una situación política favorable para organizar un Estado centralizado al nivel europeo. La situación se concretaría a través del casamiento de Juana I la Loca (hija de los Reyes Católicos) con Felipe el Hermoso (heredero de Maximiliano de Austria, Brabante y Flandes). De ese matrimonio nació Carlos I  (Carlos V). Parecía que era el momento para alcanzar la unidad religiosa largamente perseguida desde la conversión de Recaredo nueve siglos atrás. Pero allí estaban los judíos y los conversos dos caras de una misma moneda que no encajaban con esos propósitos.

Para los judíos la existencia de un poder real fuerte era la mejor garantía de estabilidad. Por algo habían contribuido al triunfo de Isabel, que en agradecimiento había puesto la aljama de Trujillo bajo su protección y prohibido que los judíos fueran objeto de cualquier tipo de opresión o de humillación. Por su parte, en numerosas oportunidades los judíos habían ensalzado a los Reyes Católicos “por su justicia y caridad”, cuando “no iban en procesión cantando cosas de su ley”, según escribía Hernando del Pulgar. Con esos antecedentes se podría suponer que la relación de los judíos con la Reina estaba lejos de una posible ruptura.

Pero el hecho es que, además de haber quedado reducidos a un poco más del 2% de la población total, los judíos habían dejado de constituir una comunidad rica, influyente con una participación activa en el control de la hacienda real. Como comunidad autónoma, abrazados a sus creencias, seguían sin gozar de la totalidad de los derechos civiles, con al insidiosa imputación, aunque aparentemente menos notoria, de “usureros, regatones y explotadores”. Habían dejado de ser útiles y necesarios para cubrir las urgencias reales y prácticamente reemplazadas por los conversos adinerados; se podría finalmente prescindir de ellos ¿Se los podía expulsar? Todavía no con la aparición de los conversos habían surgido  nuevos problemas.

Nos hemos referido a las distintas categorías de conversos, a las distintas razones de su conversión: siguieran teniendo prácticas y costumbres judías, por adquiridas en la infancia, por tradición o por apego a su creencia ancestral, se solían reunir con sus antiguos amigos no conversos particularmente en ocasión de fiestas Por una o por otra de esas circunstancias eran sospechados de “judaizar”. Desde el punto de vista teológico, el bautismo era uno de los siete sacramentos fundamentales; haber sido bautizados, (aún por la fuerza) y seguir practicando normas o costumbres aun supuestamente menores relacionadas con “lo judío”, implicaba “una grave y terrible herejía”. En una sociedad atiborrada de preceptos religiosos los conversos no podían volverse atrás, Era un círculo vicioso en cuanto por el sólo hecho de ser conversos”  eran  sospechosos. Si en cambio, ocultaban sus costumbres heredadas  o practicaban el judaísmo en secreto,  debían ser perseguidos. Así nacieron los “criptojudíos” o marranos (“adoradores del cerdo”).

Además, como decíamos, detentaban ahora la posición que los judíos ocupaban antes de las conversiones. Con ese cuadro los gentiles estaban convencidos que los judíos habían tomado el bautismo para aprovechar mejor la situación. Los conversos eran “falsos cristianos” y el peligro de la “contaminación” judaica seguía presente. Antes de expulsarlos, se iban a pergeñar diversa soluciones: por un lado aislarlos. En 1480, se decidió la aplicación de las leyes de Aylón: el ‘apartamiento’ riguroso de los judíos en barrios separados de donde sólo pudieran salir durante el día para sus ocupaciones. Serían los primero ghettos; con un poco más de un cuarto de siglo de anticipación a los de Venecia. Otro lado Iban a ser necesarias medidas más radicales para castigo de los jud9Sef 10 tortura_inquisicion_250x260aizantes: ese era el objetivo del Santo Oficio de la Inquisición.

La Inquisición había pasado por distintas etapas. Había sido instituía en 1184 en la lucha contra los cátaros. Había pasado por varias etapas; 1478 se instituyó como Inquisición Española. No nos vamos a extender sobre el régimen de terror que instauró, las técnicas de espionaje y de información, las barbaridades  del sistema (que por algo legó su nombre a la historia). En cuanto a las penas, si el procesado no abjuraba de su fe judía, era quemado vivo (la Iglesia no admitía el derramamiento de sangre). Después del confiscamiento de sus bienes y de horribles torturas, si el procesado aceptaba sus errores,  el penitente era condenado al uso del “sambenito”(un tosco ropaje  pintado con la cruz de San Andrés u otros emblemas. Los procesos terminaban  en verdaderos

9Sef 11 auto de fe

Antes de la hoguera el auto de fe

espectáculos para regocijo del pueblo los autos de fe.

 

A pesar de  la Inquisición, los criptojudíos seguían existiendo, a pesar de los ghettos los judíos seguían “contaminando”. Se llegó a la conclusión que mientras hubiera judíos la asimilación de los marranos no sería posible.: la solución era la Expulsión.

En Enero de 1492 caía Granada, el último bastión moro; en marzo a través de las llamadas Provisiones se decretó la Expulsión. Las Provisiones fueron tres; la primera emitida por el Inquisidor General Tomás de Torquemada. Nacido en 1420, no se conoce el lugar donde nació ni el nombre de sus padres. Fraile dominicano, según Hernando del Pulgar “sus aguelos fueron de linaje de los judíos convertidos a nuestra Santa Fe Católica”. La otras dos, con ligeras variantes las promulgadas por la corona de Castilla y por la de Aragón. Debía ser efectiva el 30 de Julio del mismo año, o sea en cuatro meses, la fecha fue prorrogada diez días.

Las Providencias establecían que los judíos “jamás tornen a nuestros reinos, tanto los naturales como los extranjeros”. Debían vender sus bienes raíces en ese plazo y se les prohibía llevarse oro, plata y monedas acuñadas; también armas y caballos; se les permitía llevarse letras de cambio y mercaderías. No es difícil imaginar los abusos a los que dieron lugar esas condiciones. Nos hemos referido al largo proceso que remonta a antes del fatídico 1391, las persecuciones, masacres y conversiones que terminaron por reducir la importancia de las comunidades judías, que reemplazadas por los conversos, hicieron posible que la expulsión en sí no significara un desajuste económico. Vale señalar que el viaje de Colón fue apoyado, por lo menos en parte por conversos con posiciones cercadas a la corte.

Mucho se ha escrito sobre las consecuencias económicas que la Expulsión significó para España. La cifra de los expulsados habría sido de alrededor de 100 mil; Que sea esta u otra la cifra, no fue la expulsión la que marcó su decadencia. Los conversos o los judíos de gran poder económico habían dejado de ser útiles y necesarios para el sistema. La decadencia y el empobrecimiento habían empezado un siglo y medio antes con las guerras y levantamientos intestinos y la incapacidad de los hidalgos hispanos para adaptarse a la economía mercantil que había posibilitado el desarrollo en el resto de Europa. En el Siglo XVI, con el Descubrimiento de América, España integró con el Sacro Imperio Romano-Germánico  de Occidente el Imperio donde “no se ponía el sol”. Fue “el Imperio de la abundancia”, La conjunción de las economías en desarrollo en el Sacro Imperio, con los productos primarios, el oro, la plata, que España decadente e improductiva extraía de América.

Se ha pretende que detrás de la Expulsión estaba el interés de los soberanos por el beneficio de hacerse de los bienes de los expulsados. Independientemente algunos beneficios particulares de bienes fraudulentamente vendidos, los usufructuarios directos más posibles fueron lo, especuladores o intermediarios así como los funcionarios ligados a la Inquisición. Se ha propuesto otras diferentes teorías,  como que fue producto de la competencia burguesía naciente o de los sectores aristocráticos en busca de arrebatarles su influencia.

El hecho es que el período de los Reyes Católicos correspondió a un cambio de las relaciones políticas y sociales de la Península y de Europa. La Reconquista había logrado el objetivo de la unificación política y territorial, los sectores aristocráticos tuvieron que renunciar a sus pretensiones mayores cuotas de poder. Además de los asesores conversos los reyes estaban rodeados de consejeros eclesiásticos: fray Hernando de Talavera, confesor de la reina, el cardenal Mendoza arzobispo de Sevilla. Europa entraba en la era del absolutismo. La postergada concreción de la unidad espiritual iba a permitir  que España alcanzara la grandeza análoga a la de los otros países de Europa Occidental. Y no contaba con el inesperado  aporte que Colón les proporcionaría.

 

Final de una etapa, comienzo de otra

Dejamos de lado el largo y tortuoso camino por el que transitaron los conversos desde la humillación por conversión forzosa, por el ocultamiento de sus sentimientos ancestrales, la inseguridad de su marranismo, las bajezas y torturas de la Inquisición, la incertidumbre  de la emigración y las situaciones desgarradoras de la Expulsión.

Entre los que fueron expulsados y los que emigraron antes y después conformaron una masa poblacional de aproximadamente 120 mil individuos. Constituyeron la Diáspora Sefaradí. Comparativamente, un conjunto importante y numeroso con relación al sector de los judíos de Europa Traspirenaica, los askenazis, en cuanto la población judía en Italia era de aproximadamente 50 mil, que en las islas Británicas y en Francia habían sido recientemente expulsados, que  prácticamente quedaban los hacinados “judios del papa” en el Condado papal de Venaissin, en proximidad de Avignon, que en Europa Central el flujo de las expulsiones había comenzado a desarrollar una incipiente y dispersa población judía  que no tardaría a emigrar parcialmente a Europa Oriental (Polonia-Lituania),donde los judíos eran apenas unos 30 mil.

La Diáspora Sefaradí tuvo dos vertientes fundamentales. Una la ‘Ibérica’, otra la ’Oriental’. La Ibérica tuvo un componente en Navarra y otro en Portugal. Cuando en 1515, Navarra pasó al dominio de Reino de Aragón, los judíos huyeron a Francia (Bayona) engrosando las comunidades judías preexistentes. En cuanto la rama portuguesa, estaba constituida fundamentalmente por los judíos españoles conversos, que empezaron a huir de España cuando se iniciaron las persecuciones de la Inquisición Española. En 1481 reinaba en Portugal Juan II el Perfecto. Hombre pragmático y emprendedor vio en los conversos españoles  una comunidad que podía contribuir a sus proyectos de engrandecimiento del reino. Les prometió una actitud de tolerancia que no interferiría en su criptojudaísmo. Con miras al engrandecimiento de Reino concertó un acuerdo con los Reyes de Católicos de España para el casamiento de su sucesor Manuel I, con Isabel, Princesa  de Asturias, la hija de Isabel I de Castilla, eventual futura reina de España (era hermana de Juana la Loca). En 1497 ascendía al trono Manuel I y en 1536, se estableció la Inquisición Portuguesa mucho más agresiva que la española. El período de tolerancia había terminado. Los criptojudíos comenzaron a emigrar. Fueron el origen de la importante comunidad judía de los Países Bajos, de Hamburgo, que en su mayoría retornaron al judaísmo y que aún si de origen español fueron llamados  “los judíos portugueses”. En esa comunidad nació Baruj Spinoza. La vertiente portuguesa extendió sus redes también en América del Sur, fundamentalmente Brasil y Guayanas y en el Caribe: los” piratas judíos” del Jamaica una probable exageración turística.

En cuanto a la corriente ‘Oriental’, a la que se unieron de Sicilia y Cerdeña los expulsados por Fernando de Aragón, su camino inicial fue Italia y África del Norte. En la península Itálica reforzaron las comunidades de Roma, Ferrara, Venecia y la floreciente comunidad de Livorno. En África del Norte, en Fez (actual Marruecos) la acogida no fue la esperada,  un sector decidió seguir rumbo a Oriente mientras el otro prefirió volver a España donde aceptó la conversón.

En el Mediterráneo Oriental los asentamientos fueron desde la costa adriática, Salónica, la costa balcánica, Tracia, las Islas del Egeo (Rodas) y Asia Menor. Eran países fundamentalmente musulmanes que formaban parte del Imperio otomano con una política abierta de tolerancia religiosa. No fue este el trato que en general recibieron en los países de Latino Americana fundamentalmente bajo España y Portugal donde la Inquisición marcó su impronta de terror y terminó por borrar las trazas del judaísmo que había intentado mimetizarse en la conversión.

Esta es en síntesis el origen de la vertiente Judía Sefaradí.