ENRIQUE DUNAYEVICH

Historia Judía no tradicional

Sobre la Historicidad del Éxodo

Por Enrique Dunayevich

Primera parte

Con el título de Éxodo, Historicidad o Leyenda, en Amigos de la Egiptología, Gerardo Jofre desarrolla un texto que nos pareció de interés analizar en cuanto se refiere a un tema de preocupación permanente de los historiadores tradicionalistas. G. Jofre afirma que a pesar de la inexistencia de documentos extra-bíblicos que confirmen un Éxodo similar al descrito en la Biblia y que la arqueología y la egiptología de los últimos veinticinco años no han aportado elementos que modifiquen ese cuadro, habría situaciones que permitirían decir que el tema sigue abierto y que un hallazgo arqueológico podría girar la balanza hacia su historicidad.

Nadie duda que el Éxodo en tanto festividad de Pessah tiene para los judíos una importancia particular: es una celebración con un doble significado. Por un lado desde el punto de vista de la religión la alianza de Yahveh y el otorgamiento de los 10 mandamientos por otro lado desde el punto de vista nacional, en cuanto una expresión  de la rebeldía de un pueblo y de su amor por la libertad.

¿Qué validez histórica se le puede atribuir a una trama basada en textos cuya compilación habría comenzado al final del siglo X aEC durante Jeroboam I de Israel y Roboam de Judá, después de un período de trasmisión oral de 400 años desde su supuesta huida de Egipto y a 1 000  de su posible llegada a Canaán procedente de la Mesopotamia?

El tema de las escrituras lo hemos tratado en Los Judíos en la Trama de los Imperios Antiguos. El hecho es que no se han encontrado tabletas en cuneiforme ni papiros relativos a hechos alusivos y tampoco posteriormente con Moisés deambulando en el desierto; ni siquiera trozos de las más antiguas escrituras alfabéticas, la primitiva protocananea.

Son numerosas las inexactitudes y contradicciones que surgen de los relatos bíblicos. Ni qué pensar que en la huida no podrían haber participado seiscientos mil hombres, mujeres y niños con ganado en pie (número equivalente a los habitantes de una ciudad de nuestros días). En la política de expansión de Egipto del Imperio Nuevo fueron numerosas las tomas de prisioneros que involucraron desplazamientos de miles de cautivos: durante Tutmosis III  más de 7 000,  bajo Amenofis II, 69 000 cananeos (una cifra probablemente exagerada). También  anacronismos como el del camello como bestia de transporte y carga, introducido en la narración en una época muy anterior a su domesticación efectiva o la transposición  temporal de situaciones como el enfrentamiento con los filisteos; igualmente la sistemática  anonimia  de los faraones que reinaban en Egipto durante José o durante el periodo del Éxodo.

Volvamos a Jofre. ¿En qué hallazgos arqueológicos se basa para plantear la posibilidad de que la historia bíblica del Éxodo sea válida, en tanto reconoce que “sólo se trata de vestigios aislados que no pueden servir como pruebas de  que haya tenido lugar”?

Además de la Estela de Meremptah, sobre la que volveremos más abajo, los “vestigios” que Jofre toma son precisamente los testimonios ampliamente analizados y discutidos en el ámbito internacional, historias paralelas, que no dan pie para proponer la reapertura del tema.

Entre esos vestigios, la invasión de los hiksos, como una inmigración progresiva pacífica de una mezcla de hititas y pueblos semitas (cananeos y amorreos). Cuando el hecho es que la de los hiksos no fue una invasión tan pacífica en cuanto habrían introducido en Egipto el carro de guerra  tirado por caballos de origen hitita  y durante 150 años en el Segundo Período Intermedio (entre el Imperio Medio y el Imperio Nuevo), en una época de Crisis del estado egipcio llegaron a ocupar el Delta del Nilo, en la Planicie de Goshén. Que los desplazamientos cananeos de esa época fueran comunes, normalmente provocados por situaciones de hambre en los frecuentes períodos de sequía en Canaán,  que los hiksos fueran parcialmente cananeos o amorreos, aún  si la Biblia se refiera a que los judíos trabajaban en la construcción de la ciudad de Pi-Ramsés en la Planicie de Goshen, no significa  que esos semitas fueran hebreos o judíos.

Jofre menciona también el papiro de Leiden 344 que describe una serie de catástrofes que azotaron Egipto: hambre, sequías y plagas así como fugas de esclavos que provocaron muertes con una sospechoza similitud con los relatos bíblicos. Esas situaciones pueden haber servido para que los compiladores compusieran la leyenda bíblica. Así la explosión volcánica de 1 670 en el archipiélago de Santorini de cuya lava hay restos que cayeron a unos 1000 km en Egipto, pudo haber dado pie para  imaginar una de las 10 plagas (la 7ª de granizo y fuego o la 9ª la de la tiniebla y oscuridad). También la muerte temprana en circunstancias extrañas de Amenhirjopshef,  primogénito de Ramsés II (1290-1224 a.EC) de la dinastía XIX del Imperio Nuevo, hijo de Nefertari, la Gran Esposa Real podría relacionarse con la 10ª plaga, la de la muerte de los primogénitos.

Jofre menciona otros documentos como los Textos de Execración, la Estela de Khu-ebek y otros del posible período del Éxodo, que se refieren a la presencia en la región de los soshu, los habiru, así como la existencia de ciudades como Siquem, Hazor, Ashkelon, Lakis  e incluso Jerusalén  posteriormente habitadas por los judíos, de lo que no resulta que en el período del Éxodo los judíos hayan estado en Egipto y que la travesía del Neguev y la Conquista de Canaán tengan alguna la historicidad que se le atribuye a La Biblia Lo que no resultaría fantasioso pensar, es que los compiladores bíblicos del Siglo X a.EC y posteriores se hayan inspirado en situaciones de ese tipo, para tejer la leyenda bíblica.

Veamos la Estela de Meremptah, en la que figuraría el nombre de Israel en un listado de las victorias que Meremptah habría logrado en su campaña en Canaán a fines del siglo XIII. Sería el primer documento extra-bíblico que se refiere a la existencia en Canaán de una población con el nombre de Israel. Aunque el nombre que figura en la Estela es Ysyriar, también aplicable al del valle de Yezreel, con la misma raíz lingüística que Israel, la Estela sólo señalaría la existencia en Canaán, unos cuatrocientos años antes de la primera compaginación escrita de la Biblia, de una población cuyo nombre tendría relación con el nombre de Israel.

A partir del análisis de la frase con el supuesto nombre de Israel (Ysyriar  está derribado y yermo, no tiene semilla)   G. Jofre saca la  conclusión de que se trataría de una población de una importancia que sobrepasaba la de las pequeñas ciudades-estado del Bronce Medio; una población que Meremptah habría considerado importante destruir por el peligro que representaba para Egipto.

Independientemente de esa interpretación, vale señalar que la Estela fue descubierta en 1896 EC; que habían transcurrido más de tres milenios del supuesto Éxodo de los judíos de Egipto a la Tierra Prometida, una gesta sobre la cual hasta ese momento no se había encontrado ningún documento extra-bíblico; ignorando que Israel pudiera no ser  el nombre al que la Estela  pudiera aludir, los pertinaces historiadores tradicionalistas se apresuraron en proclamar que finalmente se había encontrado un documento egipcio extrabíblico que señalaba la existencia de Israel  en la época del Éxodo; se intentaba tapar el sol con las manos, porque lo que la Estela señalaba era supuestamente un nombre de un ente poblacional que en ese período habitaba Canaan, que nada tenían que ver  con los supuestos hebreos que protagonizaron el Éxodo.

De la Estela  podemos también sacar otras conclusiones. Las situaciones a las que la misma se refiere tuvieron lugar en Canaán a principio del Siglo XIII aEC en el Bronce Tardío en la segunda etapa de lo que Gordon Childe llamó la Revolución Urbana. Un período de concentración de las poblaciones en ciudades. En la enumeración de los logros de su conquista, Meremptah se refiere a lo “príncipes postrados que pedían clemencia”, eran las autoridades de las ciudades-estado de esa época: Libia, Hatti, Canaán, Ascalón, Gezer, Yanoam. La referencia al supuesto nombre de Israel es diferente: se utiliza el gentilicio, relativo a una población, a un pueblo. Era el período de la Crisis del Bronce Tardío durante el cual los arqueólogos del último siglo han detectado la confluencia de distintos sectores  nómadas asentados en las Zonas Altas: los merodeadores habiru, los beduinos shosu, los madianitas del desierto árabe sirio que  terminaron por descender, dominar y conjugar con  los centros cananeos de los piedemontes. Una conjunción  de semitas y no semitas, algunos posibles descendientes de los desplazamientos amorreos de los últimos siglos del III milenio provenientes de la Mesopotamia  (los capítulos que la Biblia correspondientes a Abrahan y a Jacob). Una variedad de sectores con una todavía confusa ideología  religiosa.

A ellos  se habrían unido, provenientes de Egipto, huyendo de las persecuciones post akhenatónicas, los protomonoteítas de la revolución akhenatónica. Serían los protagonistas, rescatados  por la cantidad de documentos extrabíblicos ‘hasta ahora’ encontrados que registran que el Éxodo de Egipto, aunque no en la versión bíblica, habría podido suceder.

A ello, a las situaciones históricas a las que dan pie, nos referimos en lo que sigue.

 

Segunda parte

Tomaremos como punto de partida el reinado de Amenofis IV, promotor de la llamada Reforma Akhenatónica. Inspirado por los sacerdotes adoradores de Om, el Sol, del templo de Heliópolis,  Amenofis IV, de la Dinastía XVIII del Imperio Nuevo llevó adelante una reforma religiosa que produjo violentos enfrentamientos contra los integrantes de otros templos también adoradores del Sol: Amon del Medio Egipto y Ra del Alto Egipto.

La reforma significó el cierre de esos  templos, la abolición del culto de sus dioses,  la adopción de una especie de monoteísmo con Om como Dios universal que tomó el nombre de Atón. Un absolutismo por el que Amenofis cambió su nombre por Akhenaton (‘grato a Atón’) y creó una nueva ciudad Akhetatón (‘resplandor de Atón’). En cuanto al culto en sí, el propio Atón no era representado por imágenes, era la energía misma, fuente de vida visualizada por un disco cuyos rayos terminaban en manos, una expresión casi no figurativa. La reforma implicó la anulación del culto de los muertos, de la magia y de los hechizos, la prohibición de los amuletos, la creación de un himno, una sintomática similitud con el Salmo 104 de la Biblia. Por la gran semejanza con algunos principios del judaísmo para algunos estudiosos la reforma akhenatónica sería un antecedente del monoteísmo judaico.

Con la muerte de Akhenatón Egipto entró en un período con una violenta reacción contra el culto akhenatónico. Uno de los sucesores Tutanaton cambió su nombre por el de Tutankhamon. En 1334 una revuelta militar puso fin a la dinastía akhenatónica y dio comienzo a la Dinastía XIX, la de Ramsés II. La nueva Dinastía retomó la adoración de Amon-Ra.

Comenzaron las persecuciones a los adeptos al monoteísmo akhenatónico. Un contexto de violencia en el que, en la planicie del Bajo Egipto numerosos refugiados, habrían adoptado los elementos de la religión que el nuevo poder dinástico quería destruir, y no es  extraño que agobiados por el maltrato y las privaciones hayan  incorporado la necesidad de huir a la tierra de sus ancestros eventuales.

La Planicie del Bajo Egipto, Planicie de Goshen era una región que había sido ocupada durante  un siglo y medio por los hiksos con una componente semita importante de cananeos y  amorreos. Era  la puerta asiática de entrada y de salida de Egipto, el lugar de paso más indicado  camino a Canaán por el Sinai y el Neguev para cualquier intento de huida.

En La Trama de los Imperios Antiguos nos hemos referido a algunos de los aspectos de lo que pudo ser el Éxodo. No pudo haber sido masivo sino en pequeños grupos, ni por el camino más corto, el de la costa, sino por el Sinaí: las fronteras de Egipto estaban fuertemente custodiadas desde la invasión de los hiksos. En cuanto  a Moisés, Sigmund Freud,  en Moisés y la Religión Monoteísta  analiza la verosimilitud de quién pudo haber sido este carismático sacerdote que Manetón llamó Osarsef, así como la curiosa historia bíblica de sus orígenes.

En cuanto a la conjunción entre los centros cananeos, el conglomerado de  los asentamientos de las zonas altas y los refugiados de Egipto  afines a la reforma akhenatónica protomonoteísta en su desembarcó en Canaán, la verosimilitud  de la misma está dada por la existencia de un contexto geográfico histórico propicio. Un contexto que ubicamos entre final del siglo XIV con las persecuciones a la muerte de Akhenatón y el siglo XII con el periodo de los Jueces en Israel Judá. Un periodo durante el cual los descubrimientos arqueológicos han puesto en evidencia asentamientos en las Tierras Altas en Canaán que culminan con el descenso y derrocamiento de los centros cananeos en la crisis final del Bronce Tardío. Un periodo que los documentos jeroglíficos egipcios (las Cartas de El Amarna) acusan la existencia  de débiles centros cananeos e ignoran los menores vestigios de asentamientos judeo-israelita en las Zonas Altas. Un cuadro con un asombroso paralelismo,  contradicciones, inexactitudes y anacronismos contrapuestos al de las luchas  y las persistentes acciones  de la Ocupación y al Asentamiento que los capítulos bíblicos traducen.

Por ello no es sorprendente las tan diferentes interpretaciones sobre los hallazgos de ese período. Para William Dever, Israel Finkelstein y el minimalista Thomas Larkin Thompson, correspondientes a una entidad sin identificación étnica; para Lemche y Coote, una agrupación tribal nómada, para Stiebing un grupo de semi-nómadas trashumantes.

Para nosotros, esa variedad de situaciones de la Crisis del Bronce Tardío corresponde al complejo período de formación de los estados-nación un tema sobre el que los historiógrafos y los especialistas en el estudio del nacimiento de los pueblos, de las ideas y de las religiones, tienen todavía mucho para investigar.

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